29 de octubre
(Poner nombre a los muertos)
Agosto del 2025. Pillo un taxi para ir a la estación del AVE. Es un trayecto corto. Hablo con el taxista. No sé cómo me dice que es de Paiporta. El tema es inevitable. Aunque me resisto a hablar, noto que él sí que quiere hablar. Le pregunto a quemarropa. Los primeros días cualquier pregunta era peligrosa, hasta la pregunta más inocente era peligrosa: un “¿Y cómo estáis?” en un encuentro casual con un amigo o un conocido en una calle, no era solo un “¿Y cómo estáis?”, era algo que no tenía nada que ver con la cortesía o la buena educación, era el miedo, era la angustia de una posible respuesta, lo que no se quería saber pero lo que había que preguntar: ¿Ha muerto alguien de tu familia? ¿Ha muerto alguien que tú conocías, un amigo, un vecino…? Por eso, respuestas como “He perdido el coche”, “he perdido la panadería”, se recibían con alivio, con un alivio que no se manifestaba, por respeto, pero que, luego, cuando ya estabas solo otra vez, te permitía soltar el aire (ese aire que habías retenido dentro), desactivar el botón del pánico (cuya alarma sonaba estruendosamente en tu cabeza) y darle una orden precisa a tus piernas: seguir caminando, no pasa nada. Un coche se puede perder, un trabajo (aunque sea el trabajo de tu familia, la panadería de tus padres y de los padres de tus padres) se puede perder… Pero lo otro…, lo otro es… Solo imagínalo un momento. Imagina cómo fue. Imagina que podía haber sido tu mujer, tus hijos, tus padres, tus amigos, o cualquiera de esos compañeros de trabajo de los que no sabes casi nada, pero un día dejas de ver y no sabes qué le ha pasado. No sabes si está en la lista. Los primeros días, uno evitaba los encuentros. No quería preguntar. No quería saber. Y ahora estoy en un taxi, y han pasado (dicen) muchos días, y no sé cómo le hago la pregunta y el taxista me responde: “todavía tengo cicatrices en la pierna. Estuve toda la noche abrazado a mi hermano, en la calle, con el agua hasta el cuello, no nos podíamos mover y los contenedores nos golpeaban. Tenía heridas por todos lados. Cuando llegamos a casa nuestra madre estaba muerta”. Y lo dice así, de un tirón, mientras conduce, mientras ya estamos llegando a la estación. “Perdí el taxi, éste es nuevo. El otro no sé donde está. Me dijeron que lo habían encontrado, a los cuatro días, pero yo no fui a buscarlo, con lo de mi madre…”. No sé cómo puede decir algo tan horrible con esa tranquilidad, porque eso es lo que aparenta: tranquilidad.
(...)
LEER ARTÍCULO COMPLETO AQUI:
https://www.jotdown.es/2025/09/poner-nombre-a-los-muertos/





No hay comentarios:
Publicar un comentario