sábado, 23 de diciembre de 2023

 



Area de servicio (primera ronda)




































("Area de Servicio" es mi nuevo mi nuevo libro de viajes y literatura, que se publicará si no hay retrasos en marzo o abril del 2024.)












jueves, 24 de agosto de 2023

 










LAS PIEDRAS




Un hombre va acumulando piedras toda su vida. Piedras grandes y pequeñas, bonitas y feas. Las va poniendo junto a él, en el suelo del dormitorio, encima de la cama incluso. Y un día una piedra nueva, ni más grande ni más pequeña, ni más bonita ni más fea, hunde la habitación. El hombre muere rodeado de piedras y escombros y alguien lo ve y piensa: “le han tirado una bomba, lo han matado por algo que no sabemos o ha sido simple casualidad”. Y no, nadie ha disparado ningún cañón contra su casa. No ha sido un asesinato. Tampoco un suicidio. Y, lo más importante: esta muerte no tiene nada de accidental. Las piedras hunden las casas pero todos los hombres acumulan piedras como si su casa fuera indestructible.
















El BRINDIS



Al final de la cena de gala, cuando el agua ya llegaba por el ombligo de los comensales.  El Capitán tomó la palabra y anunció: “Señoras y caballeros, el barco se hunde. Sigan disfrutando de la cena”. A continuación alzó su copa y propuso un brindis. “Por nosotros”, exclamó. Los invitados chocaron sus copas educadamente y siguieron comiendo.



















EL RESPLANDOR



El resplandor era muy sutil. Casi no se apreciaba. Parecía un reflejo al fondo del pasillo. Unas ráfagas de un coche, una farola huérfana, la luna última de la madrugada. No sé sabía bien. Se veía sólo a ratos. Sólo un momento. Los ojos dudaban. Parecía nada. Parecía una ilusión. Encendías la luz, andabas por el pasillo, llegabas a la curva y la doblabas… y nada, no había nada. Cruzabas el comedor y te asomabas a la ventana… y nada, no había nada. 

El resplandor volvía al día siguiente. O al otro. O al otro. Nunca se sabía cuándo. Era muy suave, casi no se notaba. Duraba sólo un momento. Parecía algo, un reflejo, una luz tibia que venía de algún sitio. Pero no, no era nada. Una ilusión. Nada más que una ilusión. Y luego, otro día, volvías a verlo. Justo cuando ibas a salir de casa, ya en el vestíbulo, con las luces apagadas, de madrugada, justo antes de ir al trabajo.

Los ojos dudaban. Los pies dudaban. Las manos dudaban. ¿Cerrar la puerta o volver dentro? ¿Quedarse ahí o andar hacia la calle? Era un minuto, menos de un minuto, unos pocos segundos. Luego nada. No había nada. ¿Una mancha de luz que deja la noche? ¿Una sombra de luz que dejan las bombillas al dormirse, después del velatorio de la luna?

Nada, no era nada. Pero estaba. Estaba ahí, en algún punto al final del pasillo, justo antes de la curva. En esa casa que no era tuya y que se empeñaba en recordártelo algunas mañanas, con suavidad, sin violencia. Tú eres el extraño aquí. Tú eres el viajero aquí.











INFORME MATINAL



Estoy tan contento 

que me va a dar un ataque al corazón.

Mi médico personal me lo dice

cada mañana:

"Estos niveles de felicidad están muy altos,

hay que rebajarlos como sea".

Yo no sé qué me pasa, la verdad, duermo mal

como siempre.

Y veo las noticias

antes de acostarme.

Pero me levanto con ganas,

con alegría, es verdad, tengo que reconocerlo.

No sé qué está mal ahí dentro, pero

tiene que ser muy grave.

Y le doy la razón a mi médico.

Así no puedo seguir.

Pero cada día lo mismo. La alegría

por las nubes.

Así que por favor, decidme algo malo.

Algo muy malo.

Algo como "tú no vales como poeta",

o "eres demasiado buena persona para la poesía".

Decidme que no llegaré a nada si sigo así.

De hecho, mi corazón está soportando tanta 

alegría,

que al final va a ser verdad.













miércoles, 26 de julio de 2023

 



















ÁREA DE SERVICIO 

(VIAJES Y LIBROS, 2020-2023)







NOTA INTRODUCTORIA


El tren es para gente que tiene cosas que decirse a sí misma
(Orient-Express, el tren de Europa, Mauricio Wiesenthal)



Entiendo muy bien esta cita que he sacado del libro sobre la historia y los viajes del Orient-Express de Mauricio Wiesenthal. Lo entiendo porque yo pienso lo mismo. El viaje en tren te da tiempo, tiempo para ti, tiempo para que hables contigo mismo, tiempo para las cosas que normalmente no hacemos nunca, que el ritmo frenético del trabajo y las obligaciones diarias nos obligan a ir aplazando y aplazando. 

Cuando voy en tren, me gusta darme una vuelta por los vagones (sí, ya sé, debería decir “coches”, pero escribo como hablo, y como habla la mayoría de la gente que sube al tren, cuando por ejemplo me preguntan: ¿Este es el vagón cinco?, y dejemos el tema ya, que ya me cansa…) Cuando voy en tren, decía, me doy una vuelta y miro discretamente que hacen los demás pasajeros… Algunos duermen, otros miran el ordenador (normalmente alguna película, pero hay bastantes que están trabajando, que se les ve, por lo poco que puedo ver, con asuntos laborales), alguno lee libros (¡¡aleluya!!), otros hablan… Si les pregunto si este tiempo de viaje es un tiempo ganado o un tiempo perdido ¿qué me contestarán? Supongo que la mayoría dirá que perdido. Que preferirían acortar las horas de viaje (hablo de viajes largos, no de trenes de cercanías, pero ahí es lo mismo, o peor… porque muchos van a trabajar o vuelven de trabajar, y lo que quieren es llegar pronto a casa). Estar seis horas, siete horas, ocho horas en un tren, no es nada cómodo, por muy cómodo que sea el tren. En uno de mis últimos viajes, de Sevilla a Valencia con el antiguo Talgo Torre de Oro, estuve observando, porque estaban detrás de mí, a un padre y a su hijo pequeño. El padre estaba relajado. Y el hijo, de unos diez años como mucho, se portó increíblemente bien. No molestó nada. No sé quejó ni una vez. Habían subido en Cádiz y cuando yo me bajé en Valencia, ellos aún continuaban viaje. No sé dónde iban. El tren terminaba su recorrido en Barcelona, así que podían llegar hasta allí. En cualquier caso llevaban todo el día metidos en el tren. Y ya digo, el comportamiento del niño era extrañamente bueno. Los niños se aburren, se cansan, y es normal, pero lo dicen, lo dicen de una manera escandalosa, no como los adultos, que se cansan y se aburren igual pero son más contenidos en sus manifestaciones.

Yo en el tren normalmente leo. O hago fotos. A veces miro la película (en las pantallas del vagón, uno de los pocos que lo hace, porque casi todo el mundo mira su propia película en su propio ordenador), otras veces no hago nada, solo miro el paisaje o me quedo medio dormido. Nunca me duermo del todo, solo cuando viajo con alguien, que me avisará si nos acercamos a nuestro destino, y si estoy extremadamente cansado. En mis viajes de juventud, con la mochila a cuestas, sí que he dormido mucho en los trenes, pero entonces no solía dormir por la noche… Para mí un viaje en tren siempre es un tiempo ganado. Aún cuando no tengo ganas de viajar (que a veces me pasa), aún cuando estoy con muchas ganas de llegar a casa. Pese a todo, siempre me resulta útil el viaje, siempre hago alguna foto o escribo algo, o leo algo. O me pongo a reflexionar sobre asuntos a los que normalmente no dedico mucho tiempo. A veces me enfado, a veces me harto de mí mismo, pero eso también es necesario. Y luego, pasado el tiempo, cuando vuelves a ver lo que has escrito, o leído, o las fotos que tienes en el ordenador, te das cuenta que todo eso no habría existido si no fuera por esos largos viajes en tren. Que el cansancio y el esfuerzo ha valido la pena. Y digo cansancio y esfuerzo aunque el viaje vaya muy bien y sea muy placentero y fácil, porque todo viaje tiene su parte incómoda y difícil. Y hablo de viajes voluntarios, de los que haces porque quieres hacerlos, no porque te obligan a hacerlos. 

En este libro, además de algún nuevo viaje en tren, voy a incluir muchas citas de los libros y revistas que he ido leyendo mientras hacía esos viajes, tanto los que leía sentado en mi asiento como los que leía mientras esperaba en la estación. También algunos poemas que he escrito en el tren, o simples reflexiones que he ido apuntado en mi libreta. Por supuesto, también algunas fotos. En realidad voy a incluir todo lo que se ha quedado fuera de mis otros libros, donde me centraba en contar lo más desnuda y fielmente el viaje, el acto físico del viaje en tren. Aquí voy a pararme a recordar todo lo que he aprendido con los libros que tal vez, si no fuera por ese tiempo ganado, no habría leído aún. En mi vida diaria tengo poco tiempo para leer. O llego a casa muy cansado del trabajo. Y hay libros que me compro pensando que los leeré en un tren. Eso hace que mi mochila pese un poco más de lo que podría pesar. Pero yo no sé viajar sin libros. Si leer un buen libro siempre es un placer, leerlo mientras miras el paisaje, sin prisa, con mucho tiempo por delante para ti, es un placer doble. De eso quiero hablar en estas páginas. Y compartir algunos textos de los autores que he leído que creo que otras personas deberían conocer. Porque la sabiduría de los libros debe ser compartida. Los libros se escriben para eso, para extender sus palabras en todas partes. Lo que pasará luego con la semilla es otro tema. Siempre me pregunto si realmente este libro es necesario. Me lo pregunto en cada uno de mis libros. Supongo que el mundo puede seguir su curso sin mi libro. Sin muchos otros libros. No leer libros es muy fácil. Basta con no querer leerlos, o no sentir el deseo de leerlos. Yo no podría vivir así. Siempre he pensado que esto es un defecto, no una virtud. Pero no puedo vivir de otra forma.














(Area de Servicio tiene prevista su publicación para Marzo de 2024)