jueves, 24 de agosto de 2023

 










LAS PIEDRAS




Un hombre va acumulando piedras toda su vida. Piedras grandes y pequeñas, bonitas y feas. Las va poniendo junto a él, en el suelo del dormitorio, encima de la cama incluso. Y un día una piedra nueva, ni más grande ni más pequeña, ni más bonita ni más fea, hunde la habitación. El hombre muere rodeado de piedras y escombros y alguien lo ve y piensa: “le han tirado una bomba, lo han matado por algo que no sabemos o ha sido simple casualidad”. Y no, nadie ha disparado ningún cañón contra su casa. No ha sido un asesinato. Tampoco un suicidio. Y, lo más importante: esta muerte no tiene nada de accidental. Las piedras hunden las casas pero todos los hombres acumulan piedras como si su casa fuera indestructible.
















El BRINDIS



Al final de la cena de gala, cuando el agua ya llegaba por el ombligo de los comensales.  El Capitán tomó la palabra y anunció: “Señoras y caballeros, el barco se hunde. Sigan disfrutando de la cena”. A continuación alzó su copa y propuso un brindis. “Por nosotros”, exclamó. Los invitados chocaron sus copas educadamente y siguieron comiendo.



















EL RESPLANDOR



El resplandor era muy sutil. Casi no se apreciaba. Parecía un reflejo al fondo del pasillo. Unas ráfagas de un coche, una farola huérfana, la luna última de la madrugada. No sé sabía bien. Se veía sólo a ratos. Sólo un momento. Los ojos dudaban. Parecía nada. Parecía una ilusión. Encendías la luz, andabas por el pasillo, llegabas a la curva y la doblabas… y nada, no había nada. Cruzabas el comedor y te asomabas a la ventana… y nada, no había nada. 

El resplandor volvía al día siguiente. O al otro. O al otro. Nunca se sabía cuándo. Era muy suave, casi no se notaba. Duraba sólo un momento. Parecía algo, un reflejo, una luz tibia que venía de algún sitio. Pero no, no era nada. Una ilusión. Nada más que una ilusión. Y luego, otro día, volvías a verlo. Justo cuando ibas a salir de casa, ya en el vestíbulo, con las luces apagadas, de madrugada, justo antes de ir al trabajo.

Los ojos dudaban. Los pies dudaban. Las manos dudaban. ¿Cerrar la puerta o volver dentro? ¿Quedarse ahí o andar hacia la calle? Era un minuto, menos de un minuto, unos pocos segundos. Luego nada. No había nada. ¿Una mancha de luz que deja la noche? ¿Una sombra de luz que dejan las bombillas al dormirse, después del velatorio de la luna?

Nada, no era nada. Pero estaba. Estaba ahí, en algún punto al final del pasillo, justo antes de la curva. En esa casa que no era tuya y que se empeñaba en recordártelo algunas mañanas, con suavidad, sin violencia. Tú eres el extraño aquí. Tú eres el viajero aquí.











INFORME MATINAL



Estoy tan contento 

que me va a dar un ataque al corazón.

Mi médico personal me lo dice

cada mañana:

"Estos niveles de felicidad están muy altos,

hay que rebajarlos como sea".

Yo no sé qué me pasa, la verdad, duermo mal

como siempre.

Y veo las noticias

antes de acostarme.

Pero me levanto con ganas,

con alegría, es verdad, tengo que reconocerlo.

No sé qué está mal ahí dentro, pero

tiene que ser muy grave.

Y le doy la razón a mi médico.

Así no puedo seguir.

Pero cada día lo mismo. La alegría

por las nubes.

Así que por favor, decidme algo malo.

Algo muy malo.

Algo como "tú no vales como poeta",

o "eres demasiado buena persona para la poesía".

Decidme que no llegaré a nada si sigo así.

De hecho, mi corazón está soportando tanta 

alegría,

que al final va a ser verdad.