Del tratado de Alcáçovas al tratado de Tordesillas (o cómo repartirse el
mundo desconocido).
Para repartirse el mundo desconocido, la terra incógnita, no hacen faltan nada
más que tres personas. O incluso dos. Pero si hay un juez o árbitro mejor aún,
porque eso evita problemas, al menos en teoría. En esta historia tenemos dos
monarquías, la española y la portuguesa, y un Papa, y con eso es suficiente. Los
demás no pintan nada, son espectadores pasivos. Empezarán a pintar cuando los
primeros jugadores agoten sus cartas, pero eso no será hasta un siglo después.
Estamos en 1476. Batalla de Toro. Fernando el
Católico acude en ayuda de su mujer, que aún no tiene nada claro eso de ser
reina de Castilla, vence al ejército portugués y le da la corona. Los portugueses,
que apoyaban a Juana la Beltraneja porque ésta estaba casada con su rey, y los
nobles castellanos que apoyaban a Juana porque Isabel se había casado en
secreto con Fernando de Aragón, se resignan a la inevitable unión dinástica,
que se hace oficial poco después. Los nobles tienen que buscar el perdón de su
nueva reina, pero los portugueses están en mejor posición y piden algo a
cambio. Y ese algo es el mundo por descubrir, el mundo que no está en los
mapas, el mundo del que no se sabe nada o casi nada. Y los Reyes Católicos
aceptan el trato. Toda África será para los portugueses. Toda menos las islas Canarias
que han sido conquistas para la corona castellana por el normando Juan de Bethencourt.
Lo demás, todo lo que no pertenezca a ningún rey cristiano, será para Portugal.
El tratado
de Alcáçovas, de 1479, es el primer gran tratado de conquista y reparto del
mundo desconocido, lo cual es una verdadera novedad si se mira bien, porque
antes los reyes se repartían tierras conocidas (como los tratados de
reconquista entre castellanos y aragoneses, el tratado de Almizra entre Jaime I
y Alfonso X, por poner un ejemplo), pero no se atrevían a repartirse lo que no
conocían. ¿Cuál es el interés de los portugueses por África? Pues que está a
mitad camino de las Indias. Ese es el objetivo final del viaje, llegar a las
Indias. Hay que recordar que los turcos han tomado Constantinopla en 1453 y han
cerrado la ruta terrestre, así que hay que llegar a las Indias por mar y dando
una buena vuelta.
He dicho una frase muy importante: “todas las
tierras que no pertenecen a ningún rey cristiano”. Se sabe que en las lejanas
indias hay otros reyes, pero no son cristianos. También están los musulmanes,
que tampoco son cristianos y también pueden ser conquistados (de hecho en el
tratado de Alcáçovas, Portugal obtiene el derecho de conquistar el reino de Fez).
Se sabe que en las costas de África, lo poco conocido, hay tribus indígenas,
pero esos no cuentan para nada. Ni los reyes católicos ni Alfonso V de Portugal
van a pelearse con otros reyes europeos, ni siquiera van a pelearse con los
ortodoxos del Este, con los que no ha aplastado el avance turco, ni con los
príncipes eslavos rusos, que se podrán expandir tranquilamente hacia Asia por
Siberia. Pero todo lo que hay por debajo del Mediterráneo, todo eso que aún no
tiene dueño (aunque realmente lo tenga), todo eso es tierra para conquistar. Y
todo se hace como toca, con el permiso del representante de Dios en la tierra
(puesto que toda la tierra es de Dios, la conocida y la no conocida). ¿Y qué
Papas tenemos entonces?: los papas Borja (o Borgia). Calixto III, el primer
papa Borja, nacido muy cerca de Játiva, Valencia, concede la Bula Intercaetera, que deja toda la
costa de África en manos portuguesas. Esto se ratifica en Alcáçovas pero luego
viene Colón y la situación cambia por completo.
¿Conocéis la anécdota del “huevo de Colón”? Lo
primero que tengo que decir es que el Huevo
de Colón no era de Colón, era de Brunelleschi, que quede claro. Brunelleschi
fue quien puso en pie un huevo para demostrar que se podía construir la cúpula
de Santa María de las flores. Luego Colón lo imitó. Pero más importante me
parece otro asunto, el asunto de si América ya era conocida. Hay muchas
leyendas (y no voy a entrar en ellas), pero la mayoría de ellas se refieren al
mapa secreto de un viejo marinero. Bien. Puede que sí o puede que no. Pero poco
cambia la historia. Lo cierto es que parece que Colón sabía bien dónde iba, por
dónde tenía que ir y por dónde tenía que volver, aunque las tierras que
encontró no eran las primeras costas de las Indias, sino las costas de un nuevo
continente. Y eso fue un gran problema, porque ellos, Colón y los portugueses,
lo único que querían, lo vuelvo a decir, era llegar a Asia.
Después de 1492 hay que hacer un nuevo tratado.
Sobre todo porque los Reyes Católicos tienen muy buena relación con el Papa (Alejando
VI, segundo papa Borja) y éste les concede unas cuantas bulas de conquista,
cinco en total, que son las llamadas Bulas
Alejandrinas. Los portugueses no están nada contentos y se llega al tratado de Tordesillas. Por debajo de
estos movimientos diplomáticos hay que entender que los reyes católicos quieren
asegurarse su parte del pastel (ellos aún pueden creer, en un primer momento, lo
mismo que su recién nombrado Almirante de las Indias, que han llegado a la
tierra de las especias), pero tampoco están nada interesados en una nueva
guerra con Portugal. No, ellos quieren el reino de Portugal, por supuesto, pero
lo quieren por vía pacífica, mediante el matrimonio de uno de sus hijos, y en
eso están, en los acuerdos dinásticos y la diplomacia, un camino que dará su
fruto a la larga, cuando Felipe II llegue a ser rey de Portugal en 1580.
Vamos por partes, en 1493, las bulas alejandrinas autorizan a los Reyes
Católicos a tomar posesión de todas las tierras que se descubran, con la única
obligación de evangelizar a los nativos. Y por si no queda claro, el Papa
amenaza con excomulgar a todo el que quiera viajar a las Indias por el oeste
sin permiso de Castilla. Eso deja fuera a todos los demás europeos. Pero los
portugueses, que siguen avanzando en su ruta africana, se quejan sobre todo por
una razón práctica. El Papa ha puesto la separación de los dos reinos en las
cien leguas al oeste de Cabo Verde. Y los portugueses quieren entrar en zona
castellana porque sus barcos para llegar al sur de África tienen que hacer un
gran giro hacia el Oeste para aprovechar los vientos atlánticos. En Tordesillas
los Reyes Católicos aceptan las quejas portuguesas y modifican la separación
hasta las 370 leguas al oeste de Cabo Verde. Y ese cambio de límite hará que
Brasil, una vez descubierto por Cabrales en 1500 (de pura casualidad, ya que él
lo único que quiere es llegar al sur de África, como ya he dicho), quede dentro
de la zona portuguesa. Naturalmente en zona portuguesa sólo quedaba una parte
de lo que luego fue Brasil, pero los portugueses empiezan a colonizar el
interior de Brasil al mismo tiempo que los españoles van descubriendo y
colonizando sus zonas de influencia.
Colón sufrió varios golpes muy duros. Primero fue
destituido de su cargo de Almirante y Gobernador y tuvo que enfrentarse a un
juicio en su tercer viaje a América. Pero lo peor eran las dudas sobre las
tierras recién descubiertas. Aquello no se parecía demasiado a lo que buscaban.
Ni China ni el Gran Khan aparecían por ningún lado. Y los traductores de árabe
que llevaba se podían tomar unas largas vacaciones. Lo que Marco Polo había
contado no servía para nada. Cipango, Catay, Bangui… los míticos reinos de las
especias, eso no era lo que Colón se encontró. Pero la realidad no se hizo
evidente hasta tiempo después, y pese a todas las pruebas en contra Colón murió
convencido de haber llegado al extremo oriental de Asia.
Pero la exploración continuaba. Los portugueses
han conseguido doblar el Cabo de Buena Esperanza, y en 1498 Vasco de Gama llega
a la India, la India de verdad, la de Asia. Desde allí se extienden por todo el
Índico, llegando a China, a Japón, a Nueva Guinea, a Indonesia, a Timor, etc. Con eso surge un nuevo problema.
Porque por su lado los castellanos siguen avanzando hacia el Oeste. Núñez de
Balboa descubre el Pacífico en 1513 y Magallanes y Elcano consiguen, esta vez
sí, llegar a Asia, y no contentos con eso, consiguen volver (sólo Elcano,
Magallanes muere en Filipinas) y demostrar que la tierra es redonda y que se le
puede dar la vuelta. Con eso los portugueses se vuelven a molestar y hay que
hacer otro tratado. Será el Tratado de
Zaragoza, de 1529.
Carlos I tiene muchos problemas. En 1526 los
turcos se han cepillado a los húngaros en Mohacs. Eso supone la muerte del rey
de Hungría y la perdida de casi todo el reino. Pero además supone dejar el
camino libre hasta Viena, y claro, los turcos no pierden el tiempo. Solimán el
Magnífico se planta a las puertas de Viena en 1529. Y por si fuera poco los
turcos tienen un inesperado aliado en Europa, el rey francés Francisco I, que
no duda en liarse con el infiel si con eso puede acabar con Carlos I. Puede ser
manía personal o no (es de suponer que ser hecho prisionero por los españoles
en la batalla de Pavía en 1525 no le sentó nada bien), pero lo cierto es que el
enfrentamiento ya venía de lejos, en concreto desde que los dos reyes aspiraban
a la corona imperial en el 1519. Como es sabido la corona fue a parar a Carlos
I y para fastidio de los castellanos, que tenían que pagar una coronación que
no querían para nada, su nuevo rey, un chavalín que ni sabía hablar castellano
ni había pisado el reino en su corta vida, fue el radiante y carísimo emperador
del Sacro Imperio Germano Romano.
Y luego está el liante de Lutero armando un jaleo
bestial (un jaleo de unas dimensiones que ni él mismo se imagina), y luego
están los piratas berberiscos, que esos no necesitan que los animen los turcos,
ellos ya van por su cuenta y molestan todo lo que pueden. Y no, no creías que
es poca cosa, que no sólo se dedican a atacar a los barcos, incluso se atreven
a desembarcar en las costas levantinas y saquear pueblos enteros. Para frenar
estos ataques Carlos I tendrá que intervenir en el norte de África. Ya hemos
dicho que el tratado de Alcáçovas dejaba Marruecos para los portugueses, pero
al final serán los españoles los que tengan que conquistar puntos estratégicos
como Ceuta, Melilla, Orán y Túnez. Esto provocará más guerras y más gastos,
sobre todo con la aparición del corsario turco Barbarroja, que desde su base de
Argel llegará a controlar casi todo el Mediterráneo. Y se permite lujos
increíbles como dejar descansar sus barcos en los puertos franceses, bajo la
protección del “católico” Francisco I, pero la religión se deja a un lado
cuando se trata de hacer que Carlos I muerda el polvo.
Y en eso los portugueses quieren las Molucas, unas
islas perdidas que no se sabe si están en zona española o en zona portuguesa,
porque el Tratado de Tordesillas dejaba claro lo que pasaba en el Oeste, pero
del Este no decía nada. Como ya hemos visto Carlos I tiene muchos problemas y
por tanto la solución es la más fácil: darle las Molucas a los portugueses y
asunto solucionado. De manera que el Tratado de Zaragoza se firma sin ningún
problema y el rey de Portugal sigue a lo suyo. Pero las alianzas matrimoniales,
el asunto que continua por debajo, se consolidan más aún. Y de hecho Carlos se
acaba de casar con Isabel de Portugal.
Toda gloria humana es vana. Valdés Leal lo deja
bien claro en su Finis gloriae Mundi.
Carlos I no puede resolver ningún problema. Continúan las guerras con Francia.
Continúan los ataques piratas en las costas peninsulares. Continúa la reforma protestante,
y así podíamos seguir un rato más. Lo único que puede hacer es firmar la paz de
Ausburgo en 1555 y dejarle la Corona Imperial a su hermano. Y luego se retira y
muere muy pronto. Pero mientras Hernán Cortes ha acabado con los aztecas y
Pizarro y Almagro han acabado con los incas, antes de matarse entre ellos. Y va
y resulta que América es un nuevo continente, y de momento es sólo para los
españoles y los portugueses (y casi cuando decimos españoles había que decir
castellanos, que los habitantes de los otros reinos, como Aragón o Navarra no
lo tienen tan fácil), aunque los ingleses y los franceses empiezan a atreverse
a enviar algunos barcos a las costas del Norte, donde los nuevos dueños del
mundo no tienen demasiado interés en hacer nada. La riqueza de América está en
las minas de los Andes y en las tierras fértiles de las costas del sur, lo
demás son selvas y desiertos, y de momento no tienen el menor interés.
Con Felipe II se continúa la colonización de un
territorio enorme, en el que hay que hacerlo todo, desde establecer leyes para
regular la convivencia con los nativos (las “leyes nuevas de las indias”, de
1542, por ejemplo), hasta crear una estructura administrativa-estatal con las
Capitanías, las Audiencias, los Virreinatos, etc. Y mientras el nuevo mundo se va llenando de peninsulares e inevitablemente de criollos, los problemas de Felipe II
son básicamente los problemas de su padre. De momento nos llevamos bien con
nuestros vecinos portugueses, y a Felipe II no le cuesta mucho hacerse rey de
Portugal cuando el trono queda vacante. Se lleva un ejército al mando del Duque
de Alba, por si las moscas, pero casi no tiene que usarlo.
El tratado
de Tordesillas estará vigente hasta 1750 cuando es abolido por el tratado de
Madrid. Para entonces ya no nos llevamos tan bien con los portugueses. Pero lo
importante no es eso, lo importante es que para entonces ninguna de estas dos
monarquías, ni la portuguesa ni la española, puede mantener ningún monopolio
colonizador. A las alturas de 1750 estos viejos imperios sólo pueden aguantar
de mala manera las embestidas furiosas de las nuevas potencias hegemónicas. En
América del Norte los ingleses y los franceses controlan todas las tierras que
van de la costa atlántica hasta el Misisipi. Pero además se han metido en el Caribe,
y poco a poco, isla a isla, han formado
un pequeño imperio colonial. Cuando se peleen en la Guerra de los Siete Años,
Portugal y España participarán como actores de segunda fila y tendrán que
aceptar su inevitable decadencia. Decadencia que viene de lejos, que ya se ve
en los tratados de Wesfalia (1648), de los Pirineos (1659), de Nimega (1678)
y de Rijswijk de 1697. Y si a la corona española no le va peor es porque
Felipe XIV, el Rey Sol, ya está pensando en la muerte sin hijos de Carlos II y
en las posibilidades de quedarse con el trono español. Y mientras los rusos
llegan a Alaska y mientras los holandeses, aprovechando que todos andan muy
liados con sus grandes guerras europeas, se van montando su imperio en Asia y
también en América, con su Guayana en “la costa salvaje”, como bien la llaman.
El mundo desconocido resultó ser demasiado grande para que se lo quedaran sólo
dos jugadores.
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