viernes, 4 de marzo de 2016





(...)

La segunda frase, la que ahora me interesa, es una frase que nunca he escrito, que nunca he contado a nadie, que siempre he guardado para mí. Me la dijo una madrugada, en pleno invierno, una madrugada muy dura que había precedido a una noche muy dura y que muy posiblemente iba a ser seguida por otro día igual de duro que el anterior. Yo no quería que saliera de la cama, estábamos calientes bajo un montón de mantas, todas las mantas que habíamos podido conseguir. Hacía mucho frío. Teníamos hambre. Teníamos que levantarnos y empezar a trabajar. Él quería irse. No quería estar conmigo. Yo sabía que la cama se quedaría muy fría en cuanto él se levantara. Tenía un frío espantoso. Un frío que no podía quitar ni las mantas ni la hoguera ni el calor de su cuerpo contra el mío. Un frío en el corazón y un frío en la parte interior de mi piel. Como el suelo helado de Siberia. Puede parecer que no hay hielo. Pero el hielo está debajo. Muy cerca de la superficie. Yan me miró y dijo: “Prefería que estuvieras conmigo por dinero que por amor”.
Intenté hacer una broma. Era un esfuerzo sobrehumano. Pero en esos días cualquier cosa era un esfuerzo sobrehumano.
–Pero Yan, si tú no tienes ni un duro…
Yan captó el tono de broma pero no dijo nada. Se empezó a levantar, muy lentamente. Intentando salir de la cama sin destaparme.
Sabía lo que quería decir esa frase y sabía que Yan no iba a parar ahí. Tenía que hacer más daño. No había más remedio.
Me di la vuelta. Yan se puso las botas de montaña y el abrigo. Pensé que iba a irse sin decir nada más y que eso significaba que tendríamos unas horas de tregua. Pero yo. Ya estaba casi en la puerta cuando se dio la vuelta y caminó hasta los pies de la cama.
–Por dinero o por cualquier cosa. Pero no por amor…
Sí, el amor es horrible. No porque no sea maravilloso. No porque no pueda ser maravilloso. Pero todo esto, lo maravilloso que es, ha sido o puede ser, todo esto te acaba llevando al infierno. Porque todo esto te acaba llevando a la humillación, a la decepción más profunda, a la miseria de la traición y la maldad, a la traición dolorosa de todo lo que juraste que nunca traicionarías y a la maldad más mezquina que hay, la maldad de hacerse daño a uno mismo para hacer daño a los demás y la maldad de hacer daño a los demás para hacerse daño a uno mismo.
Yan no pensaba en mi pasado. Se podía pensar que, conociendo cual había sido mi historial sentimental hasta ese momento, quería evitar que cayera en el mismo pozo. Yan tampoco hablaba de su pasado. Ese pasado del que yo casi no sabía nada. Yan hablaba de nuestro futuro. Un futuro que él aceptaba como algo inevitable. Tan inevitable como la enfermedad y la muerte.

(...)


("El diario perdido de K.", extracto, novela inédita)


No hay comentarios:

Publicar un comentario