Una tarde, cuando Valérie acababa de quitarse el sujetador, vio la mirada de Bérénice clavada en sus pechos. Sabía que los tenía espléndidos, redondos, altos, tan hinchados y firmes que parecían artificiales. Bérénice alargó la mano, rozó la curva del pecho y el pezón. Valérie abrió la boca y cerró los ojos en el momento en que los labios de Bérénice se acercaban a los suyos; se entregó completamente al beso. Cuando Bérénice le deslizó una mano en las bragas, ya estaba húmeda. Se las quitó con impaciencia, se dejó caer en la cama y abrió las piernas. Bérénice se arrodilló delante de ella y le metió la boca en el coño. Cálidas contracciones recorrían el vientre de Valérie, tenía la impresión de que su espíritu volaba por los espacios infinitos del cielo; nunca había sospechado que pudiera existir un placer semejante.
Lo hicieron todos los días, hasta el comienzo de las clases...
(Plataforma, Michael Houellebecq)
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