QUIJOTE Y SANCHO
Estaba mirando la jaula, junto a la puerta cuando llegó mi señor.
–¿Qué haces aquí fuera? –Me preguntó.
–Estoy esperando al veterinario.
–¿Al veterinario?
Le expliqué que tenía que venir el veterinario para sedar a los leones. Son animales salvajes. No se puede entrar en la jaula hasta que les disparan un dardo al culo y los duermen.
–¿Qué leones? –Preguntó mi señor.
–Estos que tengo delante, en esta jaula a la que tengo que entrar muy a pesar mío.
Mi señor se rio. Una risa fuerte y arrogante.
–Pero Sancho –Dijo al fin–, no son leones ni esto es una jaula. Son alumnos y esto es una clase.
–No, mi señor –Me atreví a responder, con tono apocado–. Vuestra merced es experto educativo y ha leído muchos libros, pero sabe poco de la vida y yo le aseguro que mis ojos no me engañan. A lo que nos enfrentamos no es otra cosa que a leones feroces.
Mi señor me miró con desdén y sentenció:
–Vaya, Sancho, no sabía que tenía un escudero tan cobarde. Pero no temas que voy a dar un paso para demostrarte que son inocentes chiquillos y no hay peligro alguno.
Horrorizado, antes de que pudiera reaccionar, contemplé como, efectivamente, mi señor entraba en la jaula. Fue un simple saltito, pero fue la última vez que su cuerpo obedeció a su cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario