El último día antes del fin del mundo el maestro decidió que no iba a dar clase.
Anunció:
"Niños, ya que mañana acaba el mundo, hoy os dejo jugar en el patio".
Los alumnos se pusieron muy contentos y salieron corriendo al patio. Jugaron y jugaron y luego jugaron más. Al final se cansaron de jugar, pero para entonces ya era hora de volver a casa.
Al llegar les contaron a sus padres, emocionados, que habían estado todo el día jugando en el patio. Los padres les preguntaron porqué y sus hijos no supieron que responder. "Qué pregunta más tonta", pensaron todos a la vez, cada uno en su casa, "lo importante es que hemos estado todo el tiempo jugando en el patio, el motivo es lo de menos". Como los padres no preguntaron más, pronto se olvidó el tema y cada cual siguió a lo suyo.
El maestro volvió a su casa y siguió con su rutina. En la tele ya habían dado la notica y un periodista preguntaba en la calle a los transeúntes qué iban a hacer para celebrar el último día de sus vidas. El maestro apagó la tele después de comer y se sentó en el sofá. Estaba medio dormido cuando el sonido de un mensaje lo alteró. Era la inspectora, que estaba muy enfadada. Le había llegado una información que le parecía muy preocupante:
"¿Es verdad que hoy no has dado tus clases?", le preguntaba.
El maestro comprendió que era mejor no mentir:
"Sí, pero es que mañana es el fin del mundo", se defendió.
Era un argumento muy débil, que no convenció a la inspectora.
"Eso no importa. Tú deber es dar las clases".
El maestro mostró su arrepentimiento, bastante molesto porque sabía que la inspectora tenía razón.
"Bueno, por esta vez no lo tendré en cuenta, pero que no se repita o te tendré que abrir un expediente", concluyó la inspectora.
El maestro le dio las gracias y se levantó. El sofá era cómodo pero lo mejor para una buena siesta era la cama.
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