viernes, 14 de junio de 2024

 









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Debía tener unos trece o catorce años. Habíamos salido por la mañana, cruzado la sierra y descubierto un valle nuevo. En el valle existían pueblos desconocidos, bosques desconocidos, campos desconocidos y dos estaciones desconocidas. Una todavía se usaba y no recuerdo nada de ella, pero debía existir en aquellos años (luego la derribaron y en su lugar dejaron un ridículo apeadero), era la estación de vía ancha, la de Renfe, por donde pasaba el tren que nos llevaba a Valencia. La otra estaba abandonada, parecía llevar muchos siglos abandonada, y era un edificio robusto, elegante, pero vacío y rodeado por altos matorrales y hierbajos, un sitio perfecto para una exploración (aunque no lo recuerdo, no creo que los monitores nos dejaran entrar dentro, así que nos debimos conformar con verlo desde fuera). En cualquier caso se distinguían bien los andenes, que se perdían entre los árboles que se levantaban orgullosos, como burlándose de las piedras, junto a la estación. Era como si una naturaleza espléndida quisiera levantar la bandera de la victoria, ante los trabajos desmesurados e inútiles de los hombres. El sitio, que por supuesto no conocía, ni sabía nada de su historia, ni nadie me había dicho lo que íbamos a ver y por tanto fue una sorpresa total, me dejó tan profundamente impresionado que, al volver a casa, lo busqué en el mapa. Quería regresar allí algún día. No sabía cuándo, pero quería volver allí. No sabía a qué, pero quería volver allí.

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https://www.jotdown.es/2024/06/la-aventura-de-buscar-estaciones-abandonadas/















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