EL COCINERO
(DIARIO DE TRABAJO)
Me contrataron como cocinero. Estaba muy contento. El primer día llegué al restaurante y me dijo el encargado: Tienes que hacer una ensalada de tomates. ¡Qué fácil!, pensé. Pero cuando vi la bolsa de tomates que me daba me dio la risa. Estaban casi todos podridos, y los que no estaban podridos tampoco servían, o eran diminutos o estaban muy verdes. ¿Qué pretendía que hiciera con esos tomates? Por supuesto no dije nada. Disimulé todo el rato. Hice como que hacía algo hasta que llegó la hora de irme a casa. Nadie vino a ver qué ensalada de tomates había hecho. Al día siguiente volví al restaurante y pasó lo mismo: tenía que volver a hacer una ensalada de tomates… con tomates podridos. Volví a disimular y me fui a casa tranquilamente. Toda mi primera semana fue lo mismo: me pedían cosas imposibles y yo disimulaba. El viernes, cuando iba a salir, me encontré a otra cocinera nueva (la habían contratado el mismo día que a mí) llorando en un rincón. Le pregunté porqué lloraba: No sirvo como cocinera, no sé ni hacer una ensalada de tomates. “El problema no eres tú, son los tomates, con esos tomates no se puede hacer nada.” Ella me miró muy sorprendida. “Pero yo creía que era una buena cocinera, hasta que llegué a este restaurante”. Eso nos pasa a todos, pensé. Pero aquí da igual lo buen cocinero o lo mal cocinero que seas, porque no te dan la menor oportunidad de demostrar nada. Se lo expliqué brevemente. Sabía que nada de lo que yo le dijera iba a servir para algo. La semana que viene nos esperaban más bolsas de tomates podridos…
Total, resumo, que al final, después de unas cuantas semanas de no poder hacer absolutamente nada, ni una miserable ensalada de tomates, dejé el trabajo. Pero como tenía que trabajar me hice cazador. Y justo me volvieron a contratar los dueños del mismo restaurante, que por lo visto tenían problemas con leones de la selva que se paseaban tranquilamente por las mesas de la terraza (es lo que tiene montar un restaurante junto a la selva) y asustaban a algunos turistas. Así que me puse mi ropa de cazador y me presenté a la oficina, a buscar mi rifle para cazar leones. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron: “no tienes rifle, tienes que cazarlos con las manos”. Bien, vale, ya me conozco el sistema, voy a hacer como que me escondo para esperar a los leones y luego, dentro de unas horas, salgo y me voy a mi casa, cobrando mi sueldo del día. Sí, eso pensaba hacer, lo mismo que hacía con las ensaladas de tomate. Pero mira por donde resultó que aparecieron varios leones, leones de verdad, y venía hacía mí con la boca abierta, y resultó que no tenía rifle…