viernes, 23 de agosto de 2024


 Es lo previsto 

(Notas muy rápidas sobre lo que viene)



Cada vez que alguien me comenta o leo en alguna parte lo mal que está todo, siempre respondo, sonriendo y con aparente ironía: "Es lo previsto". Suena a ironía, ya digo, pero en realidad lo digo muy en serio: lo previsto es que las cosas vayan mal. Y no mal porque no hay más remedio, sino mal a propósito, deliberadamente. La sanidad, la educación, los transportes públicos, la confianza en los políticos y en la economía, todo tiene que ir mal, porque para cambiarlo todo, hace falta que una gran mayoría (que se crea libre y dueña de su destino), se mueva en una dirección determinada, que, desde luego, no ha sido “determinada” por ellos mismos.

Me explicaré: un sistema de producción deja de funcionar. ¿Qué hay que hacer? Fácil, ¿no? Cambiar el sistema de producción. Sí, claro, pero no es tan fácil, en realidad es muy difícil, porque la gente tiene mucha inercia y quiere seguir con su modo de vida tradicional, porque (los que lo van a cambiar lo saben muy bien), cambiar el sistema de producción implica cambiar todo lo demás: la sociedad, la mentalidad de la gente, etc. Por eso, en la historia, estos cambios siempre son lentos. Del sistema esclavista romano se pasó al feudalismo, del feudalismo al capitalismo comercial, del capitalismo comercial al capitalismo industrial… Eso no se hizo de un día para otro. Y no se hizo por que sí, porque a alguien le dio la gana, no, para cambiar un sistema de producción este sistema tiene que estar completamente agotado, ya no tiene que servir no solo para los que están en lo más bajo de la sociedad sino también, y sobre todo, para los que están arriba. Lo pongo como ejemplo: si el barco empieza a hundirse pero los únicos que se ahogan son los pasajeros de tercera clase, que están en lo más bajo del barco, pero el agua no llega a los de primera clase, entonces el barco seguirá navegando, con problemas, sí, pero avanzando sobre el mar, pero si el agua empieza a subir a los camarotes de primera clase, entonces es cuando el capitán decidirá que es momento de cambiar de barco… Y para eso, volvemos al principio, hay que decirles a los pasajeros que no hay otra solución posible, lo que, paradójicamente, es la verdad, pero que muchos pasajeros aún se niegan a creer. De manera que, en casos extremos, el propio capitán puede “acelerar” (con pequeños sabotajes) el hundimiento del barco, sabiendo bien que él siempre, como capitán, encontrará otro barco pero que algunos de sus pasajeros se quedarán en el camino, es decir, se ahogarán. “Es inevitable”, se dice el capitán, que siempre se preocupa de salvar a los suyos.


Sí, esto puede sonar “catastrófico”, pero la historia siempre se mueve en la misma dirección. ¿Alguien se puede creer, viendo los documentos de la época, que la Revolución francesa de 1789 fue un acto espontáneo de un pueblo desesperado que quiso coger las riendas de su destino? Pues no, lo siento si se acaba la fantasía, pero no: las élites culturales y económicas francesas llevaban muchos años preparando el cambio de sistema, con una “especie de traspaso de poder encubierto”, y digo lo de “especie” porque en realidad, ¡nueva sorpresa! el poder siempre queda en manos de los mismos: las élites culturales y económicas, que en realidad son las familias ilustres y ricas de toda la vida, con algún pequeñísimo cambio.


Dicho esto, de lo que quiero hablar aquí es de lo que pienso que va a pasar, de hacia donde creo que vamos… Que lo diré ya: un nuevo feudalismo, un “neo-feudalismo tecnológico”. Os pondré algunos ejemplos rápidos…


Uno: el peso del Estado y de su administración, lo que incluye los servicios públicos. Simplemente hay comparar la situación de una ciudad del Imperio Romano, en cualquier provincia, y la misma situación de esa ciudad en la Edad Media. Cuando el Estado deja de ser operativo, los antiguos ciudadanos se buscan la vida. A media que el ejército del emperador, por ejemplo, no puede solucionar las “invasiones bárbaras” (estoy simplificando mucho, lo sé) aparecen ejércitos privados, que no obedecen al emperador sino al rico que les paga. Y nota: ese “rico que les paga” suele ser siempre un antiguo funcionario del emperador, que, ante la debilidad del emperador, se hace independiente y forma su propio “feudo” (sigo simplificando, la cosa es siempre más compleja, pero creo que la idea básica se entiende, ¿no?). Y digo el ejército como podría decir la sanidad, la educación, la asistencia social, y todos esos servicios que ya no va a poder prestar el Estado y que los antiguos ciudadanos van a tener que buscar en otro lugar: en los señores feudales, que los obligarán a perder la libertad (sigo simplificando) a cambio de su ayuda y protección.


Dos: los cambios económicos siempre llevan cambios políticos y sociales. En esto soy muy marxista. Los sistemas de producción condicionan todo lo demás. Volvemos al final del imperio romano: el “ciudadano” romano desaparece poco a poco. Lo que ahora llamamos “clases medias”, que en su época serían algunos artesanos, comerciantes, soldados, funcionarios de rango inferior, etc., que estaban por encima de los campesinos y que, por supuesto, estaban muy muy por encima de la gran masa de esclavos, que eran los que hacían los trabajos más duros, van perdiendo derechos y van viendo como sus condiciones de vida empeoran, y va todo a la vez, las dos cosas juntas, menos derechos y vivir peor, vivir peor y menos derechos. Y así, tres siglos después (los cambios son lentos, ya digo) ya no quedan ciudadanos sino un montón de siervos (que entre ellos están subdivididos, aunque esta división es más simbólica que otra cosa), frente a los que están una minoría (muy exigua) de nobles (también subdivididos, pero lo mismo, con una división más simbólica que real). Estos nobles, con todos los privilegios, son los únicos que tienen cultura, que manejan dinero y que tienen posibilidad de adquirir artículos que antes podían no ser de lujo (un espejo, un cuchillo, un caballo como medio de transporte), o no ser tan exclusivos, pero ahora desde luego sí lo son. ¿Y el resto? Pues para el resto queda la economía de autosuficiencia, el trueque en lugar de la moneda, la ignorancia y la incultura (¿para qué les hace falta leer y escribir si su trabajo es arar el campo o cuidar de las vacas de su señor?) y por supuesto los impuestos (todos) y la falta de derechos (ninguno o casi ninguno). Y, resumiendo, ahí es hacia donde creo que vamos…


¿Me equivoco? Pues me encantaría estar equivocado.






jueves, 15 de agosto de 2024







 


POEMA SIN MOTIVO



Yo viví las bacanales en mi infancia.

Los mayores cantando al fuego y los niños mirando con ojos asombrados.

Sombras rojas y pavesas elevándose

bajo el árbol seco.

Luego el baño nocturno en frescas aguas invisibles,

las risas imprecisas y los cuerpos de luz negra.

Eran fiestas de todos donde todos comulgaban

en la dicha del verano, el campo intacto y la cosecha cierta.

Yo viví las hogueras altas entre sombras crujientes,

y supe del humo y el tizón que cierra la escena.

Cuando el sol ardía el árbol callaba.

Desde su muerte antigua la vida se reiniciaba.

Eran las últimas bacanales y yo miraba encantado,

feliz por participar en el mundo de los mayores.

Alguien taló el árbol seco y el barranco se llenó de zarzas.

Las hogueras, las risas, los baños nocturnos,

todo duerme ahora en el fondo de una ciénaga

donde se macera con el rencor y la tristeza.

Hace años, muchos años, yo viví las últimas bacanales.

Eran simples y hermosas como el viejo mundo.

No volverá nunca el pasado.

Ni siquiera lo puedo llamar ya pasado.

Porque otro pasado más duro, más hostil, más venenoso

ha ido superponiéndose en mi memoria.

Es un pasado ladrón y rencoroso

que quiere ensuciarme las páginas más limpias y sinceras de la vida.

¿Acaso se acerca ya la muerte, que me devuelve 

el tiempo mi primer tesoro?

¡Qué tesoro tan frágil tocan ahora mis dedos!

Recuerdos tan antiguos que deslumbran mis ojos.

¿Para qué todo si al final queda tan poco?

¿Para qué tan lejos para acabar

desterrando huesos en tu propio jardín?

Viejo perro sin dientes,

¿qué vas a hacer con ellos?

¿Acaso volver a enterrarlos?

¿Escribir un poema?

Legarlos a tus hijos, relamidos con gozo y lágrimas,

¿es ese el sentido del tiempo, que se nos escapa siempre?

El tiempo, como la vida, es la larga hoguera en esa

negra noche de verano, junto al agua y al árbol,

junto a la uva y el romero.

¿Y qué más?

No. Tal vez la pregunta no es esa. 

Tal vez la pregunta es para qué preguntas.

Era hermoso el fuego, las sombras y los cuerpos que bailan.

Tú lo viviste y nadie en el mundo, ningún otro hombre

fue testigo del milagro.

Como pasó y pasa y pasará.

Otros mundos serán hermosos y tristes.

Y otros hombres los cantarán y los lloraran.

Entierra tú tu tesoro.

Deja que reluzca entre tus manos y ocúltalo con mimo.

Cumple tu misión y no preguntes.

Las respuestas y la belleza 

no te pertenecen.