domingo, 3 de noviembre de 2019







Los niños de ciudad van al campo. Ampliación.

















































LOS NIÑOS DE CIUDAD VAN AL CAMPO

Hace ya unos cuantos años, unos cuatro o cinco años sin no recuerdo mal, publiqué un muy pequeño reportaje en una revista digital que acaba de desaparecer. No es la primera vez que me pasa, creo que ya lo he dicho, y me temo que no será la última. El reportaje (y en esa revista tenía otros) ya no se puede ver en ninguna parte. Se ha esfumado. Pero por suerte conservo el texto original. Es éste:


“Urban kids go country”


Mis hijos casi no salen de la ciudad. Vivimos en Valencia, una ciudad lo suficiente grande para que puedan pasar meses sin que tengamos ninguna necesidad de salir de ella. Nuestros movimientos familiares son muy limitados. La mayoría de la veces, de hecho, no nos movemos de nuestro barrio. Un par de parques entre edificios son toda la naturaleza que suelen disfrutar. Por eso nos gusta escaparnos, salir fuera, salir a la playa, al bosque de El Saler, incluso más lejos, al pueblo, a bañarnos en el río. Tienen que ser viajes de ida y vuelta. Con varias horas de coche. Nuestras obligaciones nos impiden pasar más tiempo en el campo, pero los niños lo agradecen. Más que eso: allí son felices. Ellos no lo dicen, pero desearían pasar más tiempo al aire libre. Y más tiempo “a su aire”. Conocemos otros padres con otros niños igual de urbanos como los nuestros. Por eso organizamos cumpleaños en la playa, entre las dunas, o en la chopera, junto al río. Es una ocasión estupenda para hablar de lo poco que salimos al campo, y de lo bien que se lo pasan los niños… Y siempre nos decimos lo mismo: a ver si volvemos pronto.


Y ya está. Era un texto corto, ya lo he dicho. Luego venían algunas fotos, unas diez fotos que ellos seleccionaron de entre todas las que les mandé. El texto no podía ser más claro. Puse el título en inglés (algo que no había hecho nunca) porque me pareció que la traducción inglesa tenía más fuerza, que quedaba mejor, en fin, un poco de esnobismo y vanidad que tiene uno a veces, pero en cualquier caso la idea es fácil de entender: los niños urbanos salen al campo y son felices. Y son felices porque casi nunca salen al campo. Y allí se “asilvestran”, se vuelven “salvajes”, juegan con piedras y palos, se bañan en ríos de aguas frías y “sucias”. (Sí, digo “sucias” porque conozco madres que no quieren que sus hijos se bañen en los ríos por eso, porque sus aguas son sucias, no como las aguas de las asépticas piscinas, sobre todo sin son las piscinas de los chalets, esas piscinas que parece que están para ser vistas y admiradas más que para ser usadas, lo cual no quiere decir que las aguas del río sean peores que las de las piscinas, pero claro, si el niño se pone malo del estomago y empieza a vomitar después de bañarse en el río… ¿a quién reclamas?, ¿a quién te quejas?).

Somos muy urbanos y nos cuesta beber en las fuentes que encontramos en el monte. Sí, puede que esas aguas no sean muy saludables, ¿Pero quién dice que vivir en la ciudad es saludable? Cuando salimos al monte, al campo, a la playa, lo hacemos con un cuidado especial. Si sobreprotegemos a nuestros hijos en nuestras casas, ¿cómo no vamos a sobreprotegerlos aún más en el medio natural, donde hay peligros no determinados pero amenazantes en la sombra?

A mí me cuesta dar libertad a mis hijos. Dejarles que escalen, que suban por los riscos, que den saltos como cabras entre las piedras, que exploren y que investiguen por su cuenta. Que vean arañas, hormigas, lagartijas, ardillas, conejos, pájaros y pajarracos, águilas lejanas y serpientes escurridizas. Todo eso lo pueden hacer pero con cuidado, con su padre al lado, muy cerca, vigilante. Y nadar… Bueno… Nadar sólo en los sitios donde se puede nadar, donde nosotros estamos a varios metros y nunca los perdemos de vista. Sí, los ríos son peligrosos. Y el mar… ¡Eso por supuesto! El mar es mucho peor que los ríos. Para empezar hay medusas… ¿Pero acaso no tienen peligro las piscinas? ¿Incluso las piscinas públicas, con sus socorristas pegados al móvil? No. Claro, no todos los socorristas están siempre pegados al móvil, pero a más de uno he estado observando y puedo decir que están mirando el móvil el tiempo suficiente para que alguien se de un buen susto… Pero sí, yo soy muy histérico. Y mi mujer me dice que me relaje.

Lo cierto es que cuando salimos al campo me pongo especialmente nervioso, pero también veo a mis hijos jugar y ser felices, y llegar a casa cansados, sudados y llenos de emoción, con ese brillo en la mirada que nunca miente en los ojos de los niños. Sabes que para ellos es importante salir al campo, ensuciarse con barro, llenarse las piernas de arañazos, y descubrir nuevos mundos y ser los héroes de sus propias aventuras. Por eso cuando llega el verano quieres ir al pueblo, un día, una semana, un mes si se puede. Por ellos y también por ti, pero más por ellos que por ti, porque tú ya eres un bicho urbano, un ser pegado al ordenador, un animal domesticado y lleno de prejuicios, vago y cobarde, que no recuerda nada del niño aventurero y temerario que fue un día.

Tengo aquí algunas fotos. Son fotos de los dos lugares que más visitamos. Están cerca, a poco más de una hora de la ciudad. Y si vamos allí es por motivos familiares, porque tenemos casa, porque tenemos amigos, parejas con otros niños, primos lejanos que sólo ven unas pocas veces al año, por vacaciones. A mí me gustaría viajar más lejos, irme a dar la vuelta a España en tren o en coche, o incluso salir al extranjero, visitar a los viejos amigos perdidos, por ejemplo, o llevar a mi mujer a las ciudades que yo vi de joven y que ella aún no ha visto: Venecia, Estambul, Budapest… No es posible. O no hay dinero o no hay tiempo. Y con los niños viajar es mucho más pesado. Los veranos son veranos “de cercanías”, son veranos casi repetidos, las mismas caras, los mismos lugares. Pero no para mis hijos. Ellos tienen de sobra con lo que hacemos. Ellos quieren volver a ver a sus amigos y volver a bañarse en el río y volver a jugar en las calles del pueblo. Ellos piden a la vida lo que pueden tener y son muy felices cuando lo tienen. Ellos no sufren porque su corazón desea cosas incompatibles, y así todo el rato, siempre peleando entre lo que tienes, lo que quieres tener y lo que los demás te piden que les des.

A veces veo a los niños, a mis hijos y a los hijos de nuestros amigos, jugando en el agua, o correteando por los senderos y los caminos, y tengo la tentación de decirles, de gritarles: “Sois felices porque no sabéis que sois felices. Sois felices porque tenéis la capacidad de disfrutar intensamente el presente, sin comerse la cabeza, sin pensar en ello”. No lo hago, claro está, no estoy tan loco. Ya se darán cuenta de lo que eran los veranos en el pueblo. Cuando ya no los tengan.