domingo, 25 de septiembre de 2016





MÁSCARAS...


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A veces nos quitamos la máscara pero nunca la perdemos, la guardamos bien,  dejamos que se nos pegue a la piel, que nos siga de cerca, que nos consuele y ampare. La máscara sale que la necesitamos. La muerte y la locura se comunican con gestos porque se tienen muy vistas. Y nosotros, los sensatos, bebemos y cantamos, y nos reíamos y bailamos, y hacemos fiestas para celebrar el verano, un verano más, porque luego vendrá el invierno y la máscara nos dará calor y asfixia, falta de sueño y una ración extra de sensatez.
Sensatez que nunca nos viene mal a los sensatos. Los sensatos que siempre tenemos nuestras máscaras preparadas, nuestras máscaras de repuesto, nuestras máscaras empaquetadas. Podríamos ser valientes, sí, pero tenemos miedo. Si detrás de una máscara hay otra máscara, ¿qué habrá detrás de la última máscara? No lo sabemos. Nosotros, los sensatos, nunca hemos llegado tan lejos.

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jueves, 8 de septiembre de 2016








Del tratado de Alcáçovas al tratado de Tordesillas (o cómo repartirse el mundo desconocido).




Para repartirse el mundo desconocido, la terra incógnita, no hacen faltan nada más que tres personas. O incluso dos. Pero si hay un juez o árbitro mejor aún, porque eso evita problemas, al menos en teoría. En esta historia tenemos dos monarquías, la española y la portuguesa, y un Papa, y con eso es suficiente. Los demás no pintan nada, son espectadores pasivos. Empezarán a pintar cuando los primeros jugadores agoten sus cartas, pero eso no será hasta un siglo después.
Estamos en 1476. Batalla de Toro. Fernando el Católico acude en ayuda de su mujer, que aún no tiene nada claro eso de ser reina de Castilla, vence al ejército portugués y le da la corona. Los portugueses, que apoyaban a Juana la Beltraneja porque ésta estaba casada con su rey, y los nobles castellanos que apoyaban a Juana porque Isabel se había casado en secreto con Fernando de Aragón, se resignan a la inevitable unión dinástica, que se hace oficial poco después. Los nobles tienen que buscar el perdón de su nueva reina, pero los portugueses están en mejor posición y piden algo a cambio. Y ese algo es el mundo por descubrir, el mundo que no está en los mapas, el mundo del que no se sabe nada o casi nada. Y los Reyes Católicos aceptan el trato. Toda África será para los portugueses. Toda menos las islas Canarias que han sido conquistas para la corona castellana por el normando Juan de Bethencourt. Lo demás, todo lo que no pertenezca a ningún rey cristiano, será para Portugal.
El tratado de Alcáçovas, de 1479, es el primer gran tratado de conquista y reparto del mundo desconocido, lo cual es una verdadera novedad si se mira bien, porque antes los reyes se repartían tierras conocidas (como los tratados de reconquista entre castellanos y aragoneses, el tratado de Almizra entre Jaime I y Alfonso X, por poner un ejemplo), pero no se atrevían a repartirse lo que no conocían. ¿Cuál es el interés de los portugueses por África? Pues que está a mitad camino de las Indias. Ese es el objetivo final del viaje, llegar a las Indias. Hay que recordar que los turcos han tomado Constantinopla en 1453 y han cerrado la ruta terrestre, así que hay que llegar a las Indias por mar y dando una buena vuelta.
He dicho una frase muy importante: “todas las tierras que no pertenecen a ningún rey cristiano”. Se sabe que en las lejanas indias hay otros reyes, pero no son cristianos. También están los musulmanes, que tampoco son cristianos y también pueden ser conquistados (de hecho en el tratado de Alcáçovas, Portugal obtiene el derecho de conquistar el reino de Fez). Se sabe que en las costas de África, lo poco conocido, hay tribus indígenas, pero esos no cuentan para nada. Ni los reyes católicos ni Alfonso V de Portugal van a pelearse con otros reyes europeos, ni siquiera van a pelearse con los ortodoxos del Este, con los que no ha aplastado el avance turco, ni con los príncipes eslavos rusos, que se podrán expandir tranquilamente hacia Asia por Siberia. Pero todo lo que hay por debajo del Mediterráneo, todo eso que aún no tiene dueño (aunque realmente lo tenga), todo eso es tierra para conquistar. Y todo se hace como toca, con el permiso del representante de Dios en la tierra (puesto que toda la tierra es de Dios, la conocida y la no conocida). ¿Y qué Papas tenemos entonces?: los papas Borja (o Borgia). Calixto III, el primer papa Borja, nacido muy cerca de Játiva, Valencia, concede la Bula Intercaetera, que deja toda la costa de África en manos portuguesas. Esto se ratifica en Alcáçovas pero luego viene Colón y la situación cambia por completo.
¿Conocéis la anécdota del “huevo de Colón”? Lo primero que tengo que decir es que el Huevo de Colón no era de Colón, era de Brunelleschi, que quede claro. Brunelleschi fue quien puso en pie un huevo para demostrar que se podía construir la cúpula de Santa María de las flores. Luego Colón lo imitó. Pero más importante me parece otro asunto, el asunto de si América ya era conocida. Hay muchas leyendas (y no voy a entrar en ellas), pero la mayoría de ellas se refieren al mapa secreto de un viejo marinero. Bien. Puede que sí o puede que no. Pero poco cambia la historia. Lo cierto es que parece que Colón sabía bien dónde iba, por dónde tenía que ir y por dónde tenía que volver, aunque las tierras que encontró no eran las primeras costas de las Indias, sino las costas de un nuevo continente. Y eso fue un gran problema, porque ellos, Colón y los portugueses, lo único que querían, lo vuelvo a decir, era llegar a Asia.
Después de 1492 hay que hacer un nuevo tratado. Sobre todo porque los Reyes Católicos tienen muy buena relación con el Papa (Alejando VI, segundo papa Borja) y éste les concede unas cuantas bulas de conquista, cinco en total, que son las llamadas Bulas Alejandrinas. Los portugueses no están nada contentos y se llega al tratado de Tordesillas. Por debajo de estos movimientos diplomáticos hay que entender que los reyes católicos quieren asegurarse su parte del pastel (ellos aún pueden creer, en un primer momento, lo mismo que su recién nombrado Almirante de las Indias, que han llegado a la tierra de las especias), pero tampoco están nada interesados en una nueva guerra con Portugal. No, ellos quieren el reino de Portugal, por supuesto, pero lo quieren por vía pacífica, mediante el matrimonio de uno de sus hijos, y en eso están, en los acuerdos dinásticos y la diplomacia, un camino que dará su fruto a la larga, cuando Felipe II llegue a ser rey de Portugal en 1580.
Vamos por partes, en 1493, las bulas alejandrinas autorizan a los Reyes Católicos a tomar posesión de todas las tierras que se descubran, con la única obligación de evangelizar a los nativos. Y por si no queda claro, el Papa amenaza con excomulgar a todo el que quiera viajar a las Indias por el oeste sin permiso de Castilla. Eso deja fuera a todos los demás europeos. Pero los portugueses, que siguen avanzando en su ruta africana, se quejan sobre todo por una razón práctica. El Papa ha puesto la separación de los dos reinos en las cien leguas al oeste de Cabo Verde. Y los portugueses quieren entrar en zona castellana porque sus barcos para llegar al sur de África tienen que hacer un gran giro hacia el Oeste para aprovechar los vientos atlánticos. En Tordesillas los Reyes Católicos aceptan las quejas portuguesas y modifican la separación hasta las 370 leguas al oeste de Cabo Verde. Y ese cambio de límite hará que Brasil, una vez descubierto por Cabrales en 1500 (de pura casualidad, ya que él lo único que quiere es llegar al sur de África, como ya he dicho), quede dentro de la zona portuguesa. Naturalmente en zona portuguesa sólo quedaba una parte de lo que luego fue Brasil, pero los portugueses empiezan a colonizar el interior de Brasil al mismo tiempo que los españoles van descubriendo y colonizando sus zonas de influencia.
Colón sufrió varios golpes muy duros. Primero fue destituido de su cargo de Almirante y Gobernador y tuvo que enfrentarse a un juicio en su tercer viaje a América. Pero lo peor eran las dudas sobre las tierras recién descubiertas. Aquello no se parecía demasiado a lo que buscaban. Ni China ni el Gran Khan aparecían por ningún lado. Y los traductores de árabe que llevaba se podían tomar unas largas vacaciones. Lo que Marco Polo había contado no servía para nada. Cipango, Catay, Bangui… los míticos reinos de las especias, eso no era lo que Colón se encontró. Pero la realidad no se hizo evidente hasta tiempo después, y pese a todas las pruebas en contra Colón murió convencido de haber llegado al extremo oriental de Asia.
Pero la exploración continuaba. Los portugueses han conseguido doblar el Cabo de Buena Esperanza, y en 1498 Vasco de Gama llega a la India, la India de verdad, la de Asia. Desde allí se extienden por todo el Índico, llegando a China, a Japón, a Nueva Guinea, a Indonesia,  a Timor, etc. Con eso surge un nuevo problema. Porque por su lado los castellanos siguen avanzando hacia el Oeste. Núñez de Balboa descubre el Pacífico en 1513 y Magallanes y Elcano consiguen, esta vez sí, llegar a Asia, y no contentos con eso, consiguen volver (sólo Elcano, Magallanes muere en Filipinas) y demostrar que la tierra es redonda y que se le puede dar la vuelta. Con eso los portugueses se vuelven a molestar y hay que hacer otro tratado. Será el Tratado de Zaragoza, de 1529.
Carlos I tiene muchos problemas. En 1526 los turcos se han cepillado a los húngaros en Mohacs. Eso supone la muerte del rey de Hungría y la perdida de casi todo el reino. Pero además supone dejar el camino libre hasta Viena, y claro, los turcos no pierden el tiempo. Solimán el Magnífico se planta a las puertas de Viena en 1529. Y por si fuera poco los turcos tienen un inesperado aliado en Europa, el rey francés Francisco I, que no duda en liarse con el infiel si con eso puede acabar con Carlos I. Puede ser manía personal o no (es de suponer que ser hecho prisionero por los españoles en la batalla de Pavía en 1525 no le sentó nada bien), pero lo cierto es que el enfrentamiento ya venía de lejos, en concreto desde que los dos reyes aspiraban a la corona imperial en el 1519. Como es sabido la corona fue a parar a Carlos I y para fastidio de los castellanos, que tenían que pagar una coronación que no querían para nada, su nuevo rey, un chavalín que ni sabía hablar castellano ni había pisado el reino en su corta vida, fue el radiante y carísimo emperador del Sacro Imperio Germano Romano.
Y luego está el liante de Lutero armando un jaleo bestial (un jaleo de unas dimensiones que ni él mismo se imagina), y luego están los piratas berberiscos, que esos no necesitan que los animen los turcos, ellos ya van por su cuenta y molestan todo lo que pueden. Y no, no creías que es poca cosa, que no sólo se dedican a atacar a los barcos, incluso se atreven a desembarcar en las costas levantinas y saquear pueblos enteros. Para frenar estos ataques Carlos I tendrá que intervenir en el norte de África. Ya hemos dicho que el tratado de Alcáçovas dejaba Marruecos para los portugueses, pero al final serán los españoles los que tengan que conquistar puntos estratégicos como Ceuta, Melilla, Orán y Túnez. Esto provocará más guerras y más gastos, sobre todo con la aparición del corsario turco Barbarroja, que desde su base de Argel llegará a controlar casi todo el Mediterráneo. Y se permite lujos increíbles como dejar descansar sus barcos en los puertos franceses, bajo la protección del “católico” Francisco I, pero la religión se deja a un lado cuando se trata de hacer que Carlos I muerda el polvo.
Y en eso los portugueses quieren las Molucas, unas islas perdidas que no se sabe si están en zona española o en zona portuguesa, porque el Tratado de Tordesillas dejaba claro lo que pasaba en el Oeste, pero del Este no decía nada. Como ya hemos visto Carlos I tiene muchos problemas y por tanto la solución es la más fácil: darle las Molucas a los portugueses y asunto solucionado. De manera que el Tratado de Zaragoza se firma sin ningún problema y el rey de Portugal sigue a lo suyo. Pero las alianzas matrimoniales, el asunto que continua por debajo, se consolidan más aún. Y de hecho Carlos se acaba de casar con Isabel de Portugal.
Toda gloria humana es vana. Valdés Leal lo deja bien claro en su Finis gloriae Mundi. Carlos I no puede resolver ningún problema. Continúan las guerras con Francia. Continúan los ataques piratas en las costas peninsulares. Continúa la reforma protestante, y así podíamos seguir un rato más. Lo único que puede hacer es firmar la paz de Ausburgo en 1555 y dejarle la Corona Imperial a su hermano. Y luego se retira y muere muy pronto. Pero mientras Hernán Cortes ha acabado con los aztecas y Pizarro y Almagro han acabado con los incas, antes de matarse entre ellos. Y va y resulta que América es un nuevo continente, y de momento es sólo para los españoles y los portugueses (y casi cuando decimos españoles había que decir castellanos, que los habitantes de los otros reinos, como Aragón o Navarra no lo tienen tan fácil), aunque los ingleses y los franceses empiezan a atreverse a enviar algunos barcos a las costas del Norte, donde los nuevos dueños del mundo no tienen demasiado interés en hacer nada. La riqueza de América está en las minas de los Andes y en las tierras fértiles de las costas del sur, lo demás son selvas y desiertos, y de momento no tienen el menor interés.
Con Felipe II se continúa la colonización de un territorio enorme, en el que hay que hacerlo todo, desde establecer leyes para regular la convivencia con los nativos (las “leyes nuevas de las indias”, de 1542, por ejemplo), hasta crear una estructura administrativa-estatal con las Capitanías, las Audiencias, los Virreinatos, etc. Y mientras el nuevo mundo se va llenando de peninsulares e inevitablemente de criollos, los problemas de Felipe II son básicamente los problemas de su padre. De momento nos llevamos bien con nuestros vecinos portugueses, y a Felipe II no le cuesta mucho hacerse rey de Portugal cuando el trono queda vacante. Se lleva un ejército al mando del Duque de Alba, por si las moscas, pero casi no tiene que usarlo.
 El tratado de Tordesillas estará vigente hasta 1750 cuando es abolido por el tratado de Madrid. Para entonces ya no nos llevamos tan bien con los portugueses. Pero lo importante no es eso, lo importante es que para entonces ninguna de estas dos monarquías, ni la portuguesa ni la española, puede mantener ningún monopolio colonizador. A las alturas de 1750 estos viejos imperios sólo pueden aguantar de mala manera las embestidas furiosas de las nuevas potencias hegemónicas. En América del Norte los ingleses y los franceses controlan todas las tierras que van de la costa atlántica hasta el Misisipi. Pero además se han metido en el Caribe, y poco a poco,  isla a isla, han formado un pequeño imperio colonial. Cuando se peleen en la Guerra de los Siete Años, Portugal y España participarán como actores de segunda fila y tendrán que aceptar su inevitable decadencia. Decadencia que viene de lejos, que ya se ve en los tratados de Wesfalia (1648), de los Pirineos (1659), de  Nimega (1678)  y de Rijswijk de 1697. Y si a la corona española no le va peor es porque Felipe XIV, el Rey Sol, ya está pensando en la muerte sin hijos de Carlos II y en las posibilidades de quedarse con el trono español. Y mientras los rusos llegan a Alaska y mientras los holandeses, aprovechando que todos andan muy liados con sus grandes guerras europeas, se van montando su imperio en Asia y también en América, con su Guayana en “la costa salvaje”, como bien la llaman. El mundo desconocido resultó ser demasiado grande para que se lo quedaran sólo dos jugadores.



 (artículo publicado en la revista JD nº 16, especial América, en papel)